Por: Maria Luisa Rodríguez Peñaranda
La semana pasada, Gustavo Moncayo, más conocido como el Profesor Moncayo, el hombre que dejó todo para dedicarse a luchar por la libertad de su hijo Pablo Emilio, un suboficial de apenas 29 años de los cuales 11 ha permanecido secuestrado por la guerrilla de las FARC, instauró una acción de tutela contra el Presidente Álvaro Uribe.
La demanda llega días después de conocerse que el primer mandatario no permitiría la participación de la Senadora Piedad Córdoba en el proceso de liberación del joven Moncayo, anunciado por las FARC en forma incondicional. Con su decisión, el Comandante en jefe de las Fuerzas Militares impedía cualquier posibilidad de liberación del joven, por cuanto era más que predecible que el Secretariado de las FARC no aceptaría, como efectivamente sucedió, la exclusión de la Senadora que en forma personal ha liderado todo el proceso de liberaciones voluntarias por parte de esa organización armada.
Hace un par de semanas el anuncio de las FARC fue recibido con alegría y esperanza, apenas una compensación al arduo trabajo y persistencia de un padre por ver fuera de cautiverio a su hijo. Basta recordar que fue el profesor Moncayo quien con su larga caminata atravesó medio país en el 2007, inicialmente con su hija y poco a poco con multitudes de personas que se iban sumando a su andar y su consigna: pedirle personalmente al Presidente que adelantara el intercambio humanitario.
Entonces, el profesor Moncayo, paso a paso, con sus pies hinchados y gruesas cadenas se fue ganando el respeto de los colombianos. En cada una de sus intervenciones la voz pausada y conciliadora del profesor Moncayo fue obteniendo cada vez mayor legitimidad y su llegada a cada uno de los municipios fue masiva y acogedora, de manera que ad portas de Bogotá miles de simpatizantes lo esperamos para darle la bienvenida al ejemplar padre.
Al verlo me pregunté ¿cómo guardar cordura y tranquilidad cuando veo destrozada la vida de mi hijo por la crueldad de un grupo armado y la pasividad de un gobierno que no muestra la menor compasión por las personas secuestradas? pero justamente el profesor Moncayo, con su ejemplo, nos dio la respuesta. Al demostrar que la huella de un solo hombre podía ser gigante cuando enarbola la bandera de muchos, que un gesto profundo de dignidad puede dignificarnos a todos, que su causa era la nuestra, porque mientras haya un solo colombiano secuestrado nuestra humanidad está bajo sospecha. La lección de Moncayo nos ha transformado como personas, pero también como ciudadanos, pues consiguió sin otro poder que su andar pausado y constante cambiar la agenda de los políticos instalando en el orden del día el tema de los secuestrados y la salida negociada para su liberación.
A cambio de ello, su interlocutor sólo mostró la posibilidad de obtener algún raiting en el medio día, apostó un escenario en la Plaza de Bolívar para repetirle personalmente al Profesor Moncayo que no iba a realizar ningún intercambio humanitario, y dejó entrever cuál era su preferencia: realizar rescates espectaculares como el de la Operación jaque, y asestar golpes definitivos sin medir las consecuencias que generaría ni los medios que se implementasen (como el bombardeo en territorio ecuatoriano a un campamento en el que presuntamente se encontraba Raúl Reyes y que generó el rompimiento de las relaciones con el gobierno del Ecuador aún no restablecidas).
Ahora el presidente dice que no permitirá más espectáculos en la entrega de secuestrados, tal vez porque quiere reservarle el derecho a realizarlos al Ministro de Defensa o porque quiere evitar que nuevamente se cuele la información recurrente de que con cada liberación se incrementan los vuelos militares en las zonas de posible entrega poniendo en riesgo a los secuestrados. Lo cierto es que ahora el Profesor Moncayo acude al juez constitucional con la esperanza de que una decisión judicial consiga dos mínimos, el primero de humanidad y el segundo de honestidad política. En otras palabras, que el juez le ordene al Presidente no jugar con la libertad de las personas y no hacer política con el dolor de los ciudadanos, que en el lenguaje de los derechos sería respetar los derechos fundamentales a la libertad e integridad física del joven Moncayo.
La pregunta final es ¿tendrá el juez la facultad, y la valentía, de ordenarle al Presidente qué hacer en este asunto? Pero quizá la pregunta no sea la correcta, pienso que los colombianos no podemos continuar de meros observadores en el manejo que el Presidente hace del conflicto armado y su supuesta búsqueda de resolución, en vez de consultarnos si queremos una dictadura, que finalmente es lo que encierra el referéndum, merecemos cuestionarnos si queremos tomar parte activa políticamente en la definición y concreción de las formas para salir del conflicto armado, la pregunta necesaria es ¿cuál es el camino para la paz? el profesor Moncayo nos ha mostrado un nuevo sendero.
La semana pasada, Gustavo Moncayo, más conocido como el Profesor Moncayo, el hombre que dejó todo para dedicarse a luchar por la libertad de su hijo Pablo Emilio, un suboficial de apenas 29 años de los cuales 11 ha permanecido secuestrado por la guerrilla de las FARC, instauró una acción de tutela contra el Presidente Álvaro Uribe.
La demanda llega días después de conocerse que el primer mandatario no permitiría la participación de la Senadora Piedad Córdoba en el proceso de liberación del joven Moncayo, anunciado por las FARC en forma incondicional. Con su decisión, el Comandante en jefe de las Fuerzas Militares impedía cualquier posibilidad de liberación del joven, por cuanto era más que predecible que el Secretariado de las FARC no aceptaría, como efectivamente sucedió, la exclusión de la Senadora que en forma personal ha liderado todo el proceso de liberaciones voluntarias por parte de esa organización armada.
Hace un par de semanas el anuncio de las FARC fue recibido con alegría y esperanza, apenas una compensación al arduo trabajo y persistencia de un padre por ver fuera de cautiverio a su hijo. Basta recordar que fue el profesor Moncayo quien con su larga caminata atravesó medio país en el 2007, inicialmente con su hija y poco a poco con multitudes de personas que se iban sumando a su andar y su consigna: pedirle personalmente al Presidente que adelantara el intercambio humanitario.
Entonces, el profesor Moncayo, paso a paso, con sus pies hinchados y gruesas cadenas se fue ganando el respeto de los colombianos. En cada una de sus intervenciones la voz pausada y conciliadora del profesor Moncayo fue obteniendo cada vez mayor legitimidad y su llegada a cada uno de los municipios fue masiva y acogedora, de manera que ad portas de Bogotá miles de simpatizantes lo esperamos para darle la bienvenida al ejemplar padre.
Al verlo me pregunté ¿cómo guardar cordura y tranquilidad cuando veo destrozada la vida de mi hijo por la crueldad de un grupo armado y la pasividad de un gobierno que no muestra la menor compasión por las personas secuestradas? pero justamente el profesor Moncayo, con su ejemplo, nos dio la respuesta. Al demostrar que la huella de un solo hombre podía ser gigante cuando enarbola la bandera de muchos, que un gesto profundo de dignidad puede dignificarnos a todos, que su causa era la nuestra, porque mientras haya un solo colombiano secuestrado nuestra humanidad está bajo sospecha. La lección de Moncayo nos ha transformado como personas, pero también como ciudadanos, pues consiguió sin otro poder que su andar pausado y constante cambiar la agenda de los políticos instalando en el orden del día el tema de los secuestrados y la salida negociada para su liberación.
A cambio de ello, su interlocutor sólo mostró la posibilidad de obtener algún raiting en el medio día, apostó un escenario en la Plaza de Bolívar para repetirle personalmente al Profesor Moncayo que no iba a realizar ningún intercambio humanitario, y dejó entrever cuál era su preferencia: realizar rescates espectaculares como el de la Operación jaque, y asestar golpes definitivos sin medir las consecuencias que generaría ni los medios que se implementasen (como el bombardeo en territorio ecuatoriano a un campamento en el que presuntamente se encontraba Raúl Reyes y que generó el rompimiento de las relaciones con el gobierno del Ecuador aún no restablecidas).
Ahora el presidente dice que no permitirá más espectáculos en la entrega de secuestrados, tal vez porque quiere reservarle el derecho a realizarlos al Ministro de Defensa o porque quiere evitar que nuevamente se cuele la información recurrente de que con cada liberación se incrementan los vuelos militares en las zonas de posible entrega poniendo en riesgo a los secuestrados. Lo cierto es que ahora el Profesor Moncayo acude al juez constitucional con la esperanza de que una decisión judicial consiga dos mínimos, el primero de humanidad y el segundo de honestidad política. En otras palabras, que el juez le ordene al Presidente no jugar con la libertad de las personas y no hacer política con el dolor de los ciudadanos, que en el lenguaje de los derechos sería respetar los derechos fundamentales a la libertad e integridad física del joven Moncayo.
La pregunta final es ¿tendrá el juez la facultad, y la valentía, de ordenarle al Presidente qué hacer en este asunto? Pero quizá la pregunta no sea la correcta, pienso que los colombianos no podemos continuar de meros observadores en el manejo que el Presidente hace del conflicto armado y su supuesta búsqueda de resolución, en vez de consultarnos si queremos una dictadura, que finalmente es lo que encierra el referéndum, merecemos cuestionarnos si queremos tomar parte activa políticamente en la definición y concreción de las formas para salir del conflicto armado, la pregunta necesaria es ¿cuál es el camino para la paz? el profesor Moncayo nos ha mostrado un nuevo sendero.