sábado, 3 de enero de 2009

Le Clézio, El africano...


Acabo de terminar un gran libro, no muy largo pero magnifico: El Africano, del Premio Nobel de Literatura 2008, Jean - Marie Gustave Le Clézio... No he leído nada más de este autor pero creo que hay que empezar por este texto para conocer el resto de la obra del Premio Nobel. Le Clézio no es un francés de Niza o de París que decidió tomar la mochila y recorrer el mundo con su cámara Leika para relatar a través de sus libros sus viajes por México o la Isla de Guadalupe, Le Clézio es un niño africano como su padre ya que pasó gran parte de su niñez en los pueblos de Nigeria y Ghana Ogoja y Banso. Un niño que a los ocho años cambió las frías calles de Bretaña, París y Niza para viajar con su madre hacia las praderas de la África tropical para encontrarse y conocer a su padre médico que había dejado mientras pasaba la guerra.

Le Clézio recuerda los castillos de termitas, las hormigas rojas, las vacas de cuernos de luna, las planicies y las montañas cerca de Camerún. Su padre, nacido en Mauricio, había estudiado en Inglaterra medicina tropical y había renunciado a un trabajo en Southhampton para viajar primero a la Guyana inglesa y luego a Nigeria curando a los trabajadores de las minas de diamante y a los niños, mujeres y ancianos de las enfermedades tropicales y de las pandemias, en donde solo existía un médico a setenta kilómetros a la redonda.

Le Clézio es un francés de aspecto, ya que de su padre y de su madre heredó la africanidad de su infancia. Su escritura es una búsqueda constante de la naturaleza y su exuberancia, pero no por nostalgia o por exotismo, como el mismo nos explica, sino por necesidad. El Africano publicado en español por la editorial argentina Adriana Hidalgo y traducida por Juana Bignozzi es una buena oportunidad para alimentar el espíritu y viajar por las estepas, los ríos y las montañas de África. El Africano también es una buena forma de adentrarse en lo que significa el amor al padre y la búsqueda de uno mismo a través del reconocimiento de sus ancestros.

En la contraportada del libro explica Le Clézio: ¨Todo ser humano es el resultado de un padre y de una madre. Se puede no reconocerlos, no quererlos, se puede dudar de ellos. Pero están allí, con su cara, sus actitudes, sus modales y sus manías, sus ilusiones, sus esperanzas, la forma de sus manos y de los dedos del pie, el color de los ojos y de su pelo, su manera de hablar, sus pensamientos, probablemente la edad de su muerte, todo esto ha pasado a nosotros. Durante mucho tiempo imaginé que mi madre era negra. Me había inventado una historia, un pasado, para huir de la realidad, a mi regreso desde África a Francia, donde no conocía a nadie, donde me había convertido en un extranjero. Más tarde descubrí, cuando mi padre, al jubilarse, volvió a vivir con nosotros en Francia, que el africano era él. Fue difícil admitirlo. Debí retroceder, recomenzar, tratar de comprender. En recuerdo de todo esto he escrito El africano¨.

El africano se corresponde a esta literatura de escritores que como Camus o Doris Lessing, fundan sus historias en el África colonial. Las páginas de Le Clézio en este libro cuentan pasajes históricos que van desde los años treinta hasta los años ochenta del siglo pasado. Le Clézio explica en su relato, siempre con poesía y con una prosa excepcional, el colonialismo, la ocupación alemana a Francia en la Segunda Guerra Mundial, la liberación de los pueblos africanos en los años cincuenta y sesenta, las guerras tribales, con complicidad directa de ingleses, franceses, alemanes y holandeses hasta la llegada del SIDA al África. El Premio Nobel en muy pocas páginas nos remonta a aquella África de las grandes tormentas y lluvias, de los ríos y de las costumbres tribales que para él no son extrañas sino parte de su propia formación.

Los dejo con un pasaje magnifico de este libro:

"A esa África quiero volver sin cesar, a mi memoria de niño. A la fuente de mis sentimientos y de mis determinaciones. El mundo cambia, es verdad, y el que está de pie allá en medio de la llanura de hierbas altas, en el soplo cálido que trae los olores de la sabana, el ruido agudo de la selva, que siente en sus labios la humedad del cielo y de las nubes, está tan lejos de mí que ninguna historia, ningún viaje me permitiría llegar a él.
Sin embargo, a veces camino por las calles de una ciudad, al azar, y de golpe, al pasar ante la puerta de un edificio en construcción, respiro el olor frío del cemento que acaba de ser colado, y estoy en la cabaña de paso a Abakaliki, entro en el cubo umbrío de mi cuarto y veo detrás de la puerta el gran lagarto azul que nuestra gata ha estrangulado y que trae consigo como signo de bienvenida. O bien, en el momento que menos lo espero, me invade el perfume de la tierra mojada de nuestro jardín en Ogoja, cuando el monzón se arrastraba por el techo de la casa y dibujaba los arroyos color sangre en la tierra resquebrajada. Hasta escucho, por encima de la vibración de los autos embotellados en una avenida, la música suave e hiriente del río Aiya.
Escucho la voz de los chicos que gritan, me llaman, están delante del cerco, a la entrada del jardín, han traído sus piedritas y sus vértebras de cordero para jugar, para llevarme a cazar culebras. A la tarde, después de la lección de cálculo con mi madre, me sentaba en el cemento de la veranda, frente al horno del cielo blanco, para hacer dioses de arcilla y cocerlos con el sol. Me acuerdo de cada uno de ellos, de sus nombres, de sus brazos levantados y de sus máscaras. Alasi, el dios del trueno, Ngu, Eke - Ifite la diosa madre, Agwu el malicioso. Pero eran una más numerosos porque cada día inventaba un nombre nuevo, eran mis chis, mis espíritus que me protegían e iban interceder por mí ante Dios¨ (J.M.G Le Clézio, El africano, Córdoba, ed. Adriana Hidalgo, 2008, 2 ed., p. 130)

Links:
- "Jean Marie Gustav Le Clézio - Prix Noble de Literature" - Blog Margen Cultural, Francisco Barbosa, 9 de octubre de 2008
- "El africano de J.L.M Le Clézio¨, Juan Manuel Villalobos, Revista Letras Libres, marzo de 2008
- "El africano: Le Clézio¨, Juan Pablo Bertazza, Página 12, 18 de marzo de 2007