sábado, 22 de diciembre de 2007

Reflexiones desde Singapur

Aquí les va unas reflexiones de Nicolás Lozada Pimiento sobre Singapur, la ciudad (que tradudce a su vez "ciudad de los leones") donde vive y estudia un master sobre Globalización en la National University of Singapore ... Nicolás nos enviará sus experiencias y percepciones del Oriente... Amicorum agradece la colaboración de Nicolás...
Algunas reflexiones sobre la globalización y Asia...


Por: Nicolás Ernesto Lozada Pimiento
Si miro a la derecha, América es mi oriente, y si miro hacia abajo, Europa queda al sur. Así es todo en este mundo de lo relativo. Y es que, contrario a mis expectativas, Oriente se me está volviendo cotidiano. Ojos rasgados (con pelo pintado y en punta) y burkas (que las mujeres acompañan con jeans) hoy me parecen comunes. Puedo comprender (casi articular) una conversación en Singlish (inglés al estilo singapurense con acento chino y la incesante muletilla "lah"). Me alimento en "canteens" (que, léase bien, no son cantinas al estilo colombiano) o foodcourts, donde los noodles (pastas chinas a base de arroz), el nasi goreng (arroz con especias y pescado de origen malayo), el curry y el teriyaki están a la orden del día. También probé la famosísima y no menos olorosa Durian, una fruta nativa del sureste asiático cuyo sabor se ama o se odia (personalmente la odié: como ajo dulce y un poco podrido). En el metro me veo rodeado de personas de cinco etnias distintas una al lado de la otra, conversando, a veces en inglés (con diversos acentos dependiendo del personaje), y a veces en uno de los tantos idiomas de la región o de algún lugar más lejano que, para mí, ya no pasan de murmullos monótonos de sonidos sin sentido. Descubrí que los extranjeros no son esos bichos raros y monos que se alojan en hosteles baratos en la Candelaria. Ahora soy uno de ellos: Un 'expat', como les (nos?) dicen aquí. Y es raro eso de sentirse expatriado. Desperté un inusitado interés por la situación en Colombia (reforzado por el hecho un poco embarazoso de que en clase el profesor sepa más del conflicto armado que yo) y por asuntos de política internacional (para la muestra http://www.globalforumonline.org/). Otro es el cuento de la academia gringa (modelo seguido por NUS -National University of Singapore- a la que asisto)... Mis horarios también han cambiado dramáticamente. Después de tomar dos cursos intensivos (en los que respirar un poco restaba tiempo de valiosa lectura ), terminé por acostumbrarme a acostarme después de las 2 a.m y despertarme a las 9 o 10. He debido también presentar "take-home exams" que son básicamente exámenes de libro abierto y que se hacen en la casa y se envían por internet. De las 48 horas disponibles para el examen, no más de 7 o 10 se dedican al sueño. También me ha sorprendido el hecho de que en universidades como NYU ser "profesor" es un título por el que se lucha por años y al que se dedica tiempo completo, pero, a la vez, ser profesor es ser alguien accesible, con quien se puede hablar. Con decir que con el profesor de derecho comparado nos tomamos un par de cervezas y con el profe de comercio internacional nos fuimos a Karaoke. Notable es que creen que soy o de Columbia, con U, (ya sea la Columbia británica de Canadá o EEUU o la Universidad de Columbia) o de Cambodia (con lo irónico que resulta lo uno o lo otro). Y cuando reconocen en Colombia un país (en honor a la verdad, la mayoría de las veces lo hacen), muchos arquean las cejas, hacen sonrisitas cómplices y algunos pocos añaden algún chiste de mal gusto. Mis viajes ahora tienen destinos que hasta hace poco me parecían insólitos. Tras breves visitas a Vietnam (con una cultura supremamente rica y, en mi opinión, la mejor sazón de Asia, es también uno de los pocos países socialistas que sobreviven en el continente y que no obstante ello, está totalmente abierto a la inversión extranjera y cuenta con crecimientos económicos récord de más de 8% anual) y Camboya (donde pude ver los milenarios templos en piedra de Siem Reap y el testimonio vivo del genocidio perpretrado por el Khmer Rojo en la prisión-museo de Pnompen); últimamente he tenido la oportunidad de estar en Kuala Lumpur (la capital de Malasia, un país casi enteramente islámico, que, entre otras, cuenta con las gigantescas torres petronas, hasta hace poco las más altas del mundo), Hong Kong (la gran metrópolis atiborrada de rascacielos al sur de la China, ahora nuevamente en manos de los chinos después de 99 años en concesión a los británicos); y Bangkok (la capital tailandesa, una ciudad de contrastes: donde el Gran Palacio, lleno de lujos y reliquias de la corona, está separado por un río de tugurios empobrecidos; donde pese a una sorprendente infraestructura vial, el tráfico es caótico y hay embotellamientos en autopistas de 8 carriles; donde sus 14 millones de habitantes se debaten entre un fervoroso sentimiento religioso -mayoritariamente budista- que incluye la veneración al rey Rama IX (considerado descendiente directo de Dios) y los innumerables centros comerciales de primera, segunda y quinta categoría; donde la variada y nutridísima cultura Tai se confunde con el mercantilismo y la superficialidad de Occidente) Estando acá comprendí en carne propia qué significa globalización. Porque, pese a todo, Oriente y Occidente se amalgaman y se vuelven uno solo. Para la muestra, en Asia ahora es "fashionable" comer con cubiertos, mientras que en Europa y América lo es comer con palitos chinos; los monjes budistas llevan sus atuendos amarillos o naranjas, y caminan descalzos pero bien provistos de celular y cámara digital de última tecnología; porque el sueño de la prosperidad ya pronto dejará de ser "americano" y pasará a ser "chino", con la impresionante migración de profesionales occidentales a ciudades de "oportunidades" como Shangai o Mumbay)...En este mundo de ahora yo no hay blanco ni negro: sólo matices de gris. Con esa reflexión termino este breve anecdotario de mi vida en Asia al que se le escapan cientos de pequeños (y ciertamente más interesantes) detalles.