Definitivamente esta es la parte más jarta y aburrida de ser profesor, no hay término medio, o eres ¨una madre¨ y los pasas a todos, así los estudiantes no hubieran cumplido con sus obligaciones de estudiar, o eres un ogro o un monstruo peludo que realmente no les tienes consideración. El profesor indefectiblemente tiene que calificar y medir las capacidades de los estudiantes. Los exámenes son orales y por ende dependen muchas veces de la fortuna o del golpe de suerte, pero de lo que se trata, en verdad, es de medir que se tiene conocimiento sobre las temáticas enseñadas y velar porque se aprenda, comprenda desde una visión crítica y no memorista, como ha venido siendo usual en los estudios de derecho.
Sin embargo, en los examenes siempre hay un grado de subjetividad que no se puede determinar, como el de los jueces al juzgar. En los exámenes que hago trato de autolimitarme con test de razonabilidad, como el darles un cuestionario previamente acordado, hacer una clase anteriormente al examen en donde respondamos conjuntamente las preguntas del cuestionario, que los examinados saquen al azar las preguntas para evitar la subjetividad en la pregunta, hacer dos preguntas cada una con su calificación, así como subir o bajar puntos por presentaciones de cuadernos y exposiciones. Un poco paternalista el método pero me parece que ha dado resultado para los alumnos de primer año que empiezan a identificar un nuevo lenguaje y a ¨contaminarse¨ con las reglas y principios de la profesión.
Lo de la correría es inevitable, los estudiantes se juegan el año y si pierden el examen muchas veces hay que recurrir a la súplica de pasillo. Este año no fue la excepción, hay que escuchar, porque a veces hay circunstancias excepcionales que a veces uno tiene que valorar: que me operarón de una muela y al dentista se le quedo un pedazo de seda en la intervención, que tengo una clase de enfermedad epiléptica o de la tiroides cuyos medicamentos me impiden dejar de tener nervios en los examenes y por eso me bloqueo, que circunstancias familiares o la recurrida ¨calamidad doméstica¨ impidieron que hiciera un mejor examen, etc.
Luego si pierden la prueba, inevitablemente se encontrará uno con caras lacrimosas, con súplicas en el pasillo, en el baño, en la cafeteria de las cuales tiene uno que huir, especialmente cuando se padece de conmiseración y de lástima. Hay que ser fuerte y soportar el cargo de conciencia, que en realidad deberían tener ellos por no cumplir con su labor. El año pasado cuando salía de un examen final a las nueve de la noche un domingo lluvioso y solitario, llegó al salón un padre de familia compungido y reclamante pidiéndome ¨cómo podríamos arreglar¨ que su hijo no hubiera respondido nada en el examen. Para mí la situación fue intimidante y tuve que huir y casi recurrir a los vigilantes de la Universidad para que me ayudarán a escapar del acoso. Esta táctica ahora en instancias universitarias parece ser el último recurso de un estudiante vago que reclama que la culpa la tiene el profesor por no haberle puesto al menos un dos o dejarle repetir el exámen extemporáneamente.
Ser profesor en instancias finales requiere de estómago de hierro, ceño fruncido y tácticas de escapismo. Lástimosamente en esta profesión no se puede dejar a todo el mundo contento, pero es que a veces, y especialmente en primer año, se encuentra uno con estudiantes obligados o presionados a estudiar lo que no les gusta, con estudiantes decididamente vagos, que pueden pasar por suerte o por su elocuencia, pero que al final se desintegra su locuacidad ante una pregunta de criterio o de cuestiones de técnica jurídica o simplemente con estudiantes de derecho que deberían estudiar otra carrera.
Comprensión para los profesores en finales, nos toca llevar el cargo de conciencia de que algunos pasen una mala navidad. No soy de los que rajo en exceso, pero en esta instancia se me pide que califique y valore la enseñanza impartida y el respeto por mi profesión y oficio me obliga a cumplir con este lastimoso deber.
Sin embargo, en los examenes siempre hay un grado de subjetividad que no se puede determinar, como el de los jueces al juzgar. En los exámenes que hago trato de autolimitarme con test de razonabilidad, como el darles un cuestionario previamente acordado, hacer una clase anteriormente al examen en donde respondamos conjuntamente las preguntas del cuestionario, que los examinados saquen al azar las preguntas para evitar la subjetividad en la pregunta, hacer dos preguntas cada una con su calificación, así como subir o bajar puntos por presentaciones de cuadernos y exposiciones. Un poco paternalista el método pero me parece que ha dado resultado para los alumnos de primer año que empiezan a identificar un nuevo lenguaje y a ¨contaminarse¨ con las reglas y principios de la profesión.
Lo de la correría es inevitable, los estudiantes se juegan el año y si pierden el examen muchas veces hay que recurrir a la súplica de pasillo. Este año no fue la excepción, hay que escuchar, porque a veces hay circunstancias excepcionales que a veces uno tiene que valorar: que me operarón de una muela y al dentista se le quedo un pedazo de seda en la intervención, que tengo una clase de enfermedad epiléptica o de la tiroides cuyos medicamentos me impiden dejar de tener nervios en los examenes y por eso me bloqueo, que circunstancias familiares o la recurrida ¨calamidad doméstica¨ impidieron que hiciera un mejor examen, etc.
Luego si pierden la prueba, inevitablemente se encontrará uno con caras lacrimosas, con súplicas en el pasillo, en el baño, en la cafeteria de las cuales tiene uno que huir, especialmente cuando se padece de conmiseración y de lástima. Hay que ser fuerte y soportar el cargo de conciencia, que en realidad deberían tener ellos por no cumplir con su labor. El año pasado cuando salía de un examen final a las nueve de la noche un domingo lluvioso y solitario, llegó al salón un padre de familia compungido y reclamante pidiéndome ¨cómo podríamos arreglar¨ que su hijo no hubiera respondido nada en el examen. Para mí la situación fue intimidante y tuve que huir y casi recurrir a los vigilantes de la Universidad para que me ayudarán a escapar del acoso. Esta táctica ahora en instancias universitarias parece ser el último recurso de un estudiante vago que reclama que la culpa la tiene el profesor por no haberle puesto al menos un dos o dejarle repetir el exámen extemporáneamente.
Ser profesor en instancias finales requiere de estómago de hierro, ceño fruncido y tácticas de escapismo. Lástimosamente en esta profesión no se puede dejar a todo el mundo contento, pero es que a veces, y especialmente en primer año, se encuentra uno con estudiantes obligados o presionados a estudiar lo que no les gusta, con estudiantes decididamente vagos, que pueden pasar por suerte o por su elocuencia, pero que al final se desintegra su locuacidad ante una pregunta de criterio o de cuestiones de técnica jurídica o simplemente con estudiantes de derecho que deberían estudiar otra carrera.
Comprensión para los profesores en finales, nos toca llevar el cargo de conciencia de que algunos pasen una mala navidad. No soy de los que rajo en exceso, pero en esta instancia se me pide que califique y valore la enseñanza impartida y el respeto por mi profesión y oficio me obliga a cumplir con este lastimoso deber.