sábado, 10 de marzo de 2012

In memorian de los profesores inmolados en el Palacio de Justicia, Bogotá, 9 de noviembre de 1985.


Uno de los discursos más duros que tuvo que dar el Rector Fernando Hinestrosa fue el del 9 de noviembre de 1985 despidiendo a los profesores inmolados en el Palacio de Justicia. Momentos tristes de Tinieblas que después logramos superar. Se implementó el Programa de becas para reemplazar a los profesores caídos, el Externado se fortaleció en espirítu. La pérdida y el dolor fueron grandes en aquella ocasión y logramos salir de nuestra desolación con nuestro ideario externadista guiados por el Rector. Los dejo con las palabras del Maestro Fernando Hinestrosa:

Estamos afectivamente destrozados; no podemos aceptar el absurdo de lo ocurrido: nos rebelamos antes la realidad fatal...
Hace cien años nuestros próceres fundaron este Externado como refugio de la libertad de pensamiento, forja de ciudadanos, templo de rectitud y de fortaleza de carácter, en momentos en que el oscurantismo y la intolerancia se enseñoreaban en el país, y ahora, cuando nos preparábamos jubilosos a conmemorar nuestra efemérides, exhibiendo con orgullo la hoja de servicios a la nación de la Universidad y des sus gentes nos encontramos, súbita, abruptamente, delante de las cenizas de ocho profesores de la Facultad de Derecho, cinco de ellos antiguos alumnos de este claustro, sacrificados con crueldad inimaginable en crimen atroz y repugnante: el atentado más aleve y absurdo que pueda registrarse en los anales de nuestra historia contra las instituciones y quienes las representan.
Sentimos dolor en todo nuestro ser, tristeza, desconcierto, amargura, desolación, pesadumbre de patria, de universidad, de familia. Estamos afectivamente destrozados; no podemos aceptar el absurdo de lo ocurrido; nos rebelamos ante la realidad fatal; quisiéramos despertar de esta horrible pesadilla.
Uno a uno han discurrido en fila interminable, reverentes y sobrecogidos, los profesores, los compañeros, los colegas, los alumnos, los amigos de los ilustres desaparecidos, con respeto, unción y solidaridad, sin poder contener el llanto, venidos de todos los lugares de la patria, atribulados e incrédulos.
Alfonso Reyes Echandía, Carlos Medellín, Manuel Gaona, Fabio Calderón Botero, Emiro Sandoval, fruto genuino y munífico de esta Casa; Ricardo Medina Moyano, José Gnecco Correa, Darío Velásquez Gaviria, catedráticos compenetrados con su espíritu; perdidos todos para la juridicidad, para la cátedra, para la amistad, para el calor de sus hogares.
Juristas distinguidos, hombres de letras, consejeros prudentes y sabios, investigadores profundos, amigos leales, esposos y padres amorosos, tiernos, severos. Juntos anduvieron en el desempeño pundonoroso y recto de su oficio de jueces, juntos fueron inmolados y yacen aquí como un clamor a la conciencia nacional, como una campanada de alarma que intenta despertar a una opinión frívola, dispersa, fatua; suplicantes, no por sus vidas, sino por la supervivencia del ser republicano de Colombia, por la vuelta a su identidad, por el imperio del derecho y de la justicia, lucha que constituyó la razón de su vida y también de su muerte.
"Honeste vivere, alterum non laedere, ius suum quique tribuere, esta trilogía lapidaria, añeja ya de muchos siglos, sigue siendo hoy el paradigma de equilibrio social. El desconocimiento de tales principios, fruto de milenaria experiencia, ha sido fuente de profunda perturbación y conflictos [...] Porque la justicia es orden social; pero no ha de entenderse ni practicarse como el orden que impone el fuerte sobre el débil, el dominador al dominado, sino como ingenioso mecanismo creado por el hombre desde el poder para garantizar el tranquilo desarrollo de sus actividades interpersonales y comunitarias". Así se pronunciaba sentenciosamente Alfonso Reyes Echandía, a comienzos de este año, al agradecer el homenaje que sus compañeros externadistas, le tributamos por su exaltación a la presidencia de la Corte Suprema de Justicia. "En una Colombia atribulada por hondos padecimientos éticos, económicos, subsisten aún dos valores capaces de rescatarla: el pueblo y los jueces; en aquél está la esencia de la patria; orgullo, autenticidad, valor, sacrificio y amor; en éstos, la probidad, el equilibrio conceptual y la serena entrega del cumplimiento suprema del deber de juzgar, sin otras armas que las inmateriales, de la ley, sin más protección que el escudo invisible de su propia investidura", agregaba, consciente de la fragilidad de la existencia humana, al propio tiempo que de la solidez de sus obras, afirmadas en la rectitud y la entereza del carácter.
Estremecidos recogemos esas definiciones y criterios, porque en ellos encontramos, removiendo las cenizas de los magistrados inmolados, un rescoldo de esperanza, un imperativo de conducta individual y colectiva, a perseverar obsesiva y paciente, pertinazmente en la creencia de la bondad del ser humano, en la posibilidad de que Colombia sea patria para todos sus hijos, en la realización de los ideales de entendimiento, de fraternidad, de dignidad de la vida.
(...)
A tantos colegas, pero sobre todo a los jóvenes y, en especial, a los estudiantes, vaya una exhortación ahincada a recoger las armas de la juridicidad que yacen al pie de los cadáveres de nuestros colegas, a montar guardia para que no penetren jamás en nuestros corazones y ánimo, ni la cobardía, ni la venalidad, ni el oportunismo. Nuestra Universidad ha sido diezmada por el crimen, y no por la casualidad; los invito a que volvamos sobre nosotros mismos, a que la proximidad y la intimidad que imponen el dolor y la aflicción de la pérdida de los seres queridos estreche los lazos que nos unen; a que cerremos filas en torno de los valores que nos son caros, que heredamos, que aprendimos de nuestros maestros, que profesaron sin vacilaciones ni debilidades estos catedráticos, juristas y magistrados.
Tenemos que superar el sentimiento de orfandad que nos agobia; tenemos que formar con esfuerzo ingente los cuadros que hayan de llenar los vacíos que lamentamos; habrá lugar a trabajo con denuedo, con fervor, con entusiasmo, con fe en la juventud, con esperanza en ustedes queridos estudiantes, cuyo dolor ha de convertirse en afán de superación de sus maestros, siguiendo el ejemplo legado por ellos.
¡Adelante! Tenemos principios, valores, guías, ejemplos, y el apremio de recobrar una patria que se nos está yendo de las manos; tutelémosla para no tener que mendigar mañana a cualquier matón la dádiva de poder seguir siendo colombianos, ni llegar a sentir vergüenza de serlo.
Adiós Carlos, amigo de siempre, fraterno, sincero, leal: la estética del derecho con que se abrió tu carrera profesional presidió tu conducta hasta el último día. Adiós Alfonso: su comportamiento será siempre un ejemplo y un estímulo para todos nosotros; su Instituto de Derecho Penal perpetuará su nombre y sus discípulos continuarán su labor. Adiós Manuel: el roble que usted sembrara en aniversario de su promoción crecerá y a su sombra muchos jóvenes sucesivos estudiarán la teoría constitucional en su libro y la práctica en su desempeño. Adiós Fabio, condiscipulo invariable, compadre generoso. Adiós Emiro: cómo sentimos tu partida prematura, cuando comenzaba a rendir el zumo de esfuerzos y sacrificios ingentes; cuántas glorias le esperaban. Adiós Ricardo; adiós Pepe; adiós doctor Darío. Gracias por los dones de su amistad, su consejo y su respaldo. Mas todos seguirán viviendo porque los evocaremos con cariño y reconocimiento y las nuevas generaciones oirán continuamente a sus mayores referirse a ustedes como hombres de bien, valores genuinos de Colombia.
Gracias a las familias de nuestros caros finados por habernos permitido albergar sus féretros con el fin de tributarles nuestro postrer homenaje fraternal y filial, y compartir sus sentimientos en solidaridad absoluta.
¡Guardemos nuestra aflicción y alistémonos para continuar la marcha!
In memorian de los profesores inmolados en el Palacio de Justicia, Bogotá, 9 de noviembre de 1985.

Los que se han ido - Fernando Hinestrosa Forero en el sepelio de Baldomero Sanín Cano


Uno de los más bonitos discursos de despedida fue el que dio el Rector Fernando Hinestrosa a los 26 años ante el féretro del Maestro Baldomero Sanín Cano en Representación de los Profesores del Externado. Sus palabras las podríamos tomar ahora para hablar de su propia vida y enseñanzas por el hecho de su muerte. Los dejo con el discurso fúnebre que pronunció el Rector conmovido en aquella ocasión:
¡Cómo vale un hombre sin prejuicios! Cuando se observa la decadencia natural de la persona con el correr de los años, cuando se palpa a cada paso el anquilosamiento de los espíritus, se aprecia en todo su alcance la permanente frescura intelectual de Sanín Cano.

El Maestro Sanín Cano ha muerto. Sus amigos y admiradores nos hemos congregado para despedir a quien fuera una de las más auténticas glorias de la nacionalidad colombiana. Os dirijo la palabra en nombre del Externado de Colombia, Universidad que tuvo la honra de contarlo entre sus profesores, y prevalido del entrañable afecto que desde mi cuna le profesé a ese varón ilustre. Su recuerdo se me pierde en la penumbra de la infancia. Era el amigo de la casa, de conversación erudita, que nunca olvidaba unas palabras tiernas para el niño. Más tarde buscando conocimientos encontré sus libros en la biblioteca paterna y, cuando menos, cada lunes leía sus artículos de periódicos. Así, al afecto de la familia se sumaron el respeto y la admiración conscientes y profundos.
Fue Sanín Cano un hombre extraordinario. Físicamente su figura parecía tallada en piedra; sus rasgos eran recíos y su vitalidad daba la impresión de haber vencido al tiempo, de que no sólo las creaciones de su espíritu, sino también su propio cuerpo trascendía la limitación temporal del hombre. Pero no es su longevidad admirable, ni la profusión y la profundidad de sus obras, ni su incalculable influencia sobre las letras colombianas lo que más admiramos en el Maestro. Lo que pasma, los que nos hace lamentar más hondamente su desaparición, es su propia personalidad. su exacta dimensión humana.
¡Sanín Cano fue un hombre que se hizo a sí mismo, y qué tan cabalmente se forjó! Maestro de escuela, fue siempre un estudiante. Lector infatigable, escritor sin desmayos, animador de movimientos literarios. Su vida es un ejemplo de constancia, de amor a la cultura, de patriotismo desvelado.
¡Cómo vale un hombre sin prejuicios! Cuando se observa la decadencia natural de la persona con el correr de los años, cuando se palpa a cada paso el anquilosamiento de los espíritus, se aprecia en todo su alcance la permanente frescura intelectual de Sanín Cano. Jamás temió a las ideas. Quizá cuanto más avanzadas con mayor avidez las estudiaba. Su vida fue un contante combate espiritual. Liberal por principios. Sus noventa y seis años fueron una lección de amplitud de criterio, de fe en la renovación de los sistemas, tanto estéticos como sociales, de continuidad con su pensamiento y de respeto de las ideas ajenas.
Con sus virtudes, con la austeridad de su vida, con la frialdad de su estilo, con su dignidad esencial, conquistó espontáneamente el apelativo de "maestro" ¿Cómo podría habérsele llamado de otro modo? Todos cuantos nos acercamos a él, quienes gozamos de su conversación serena, reposada, siempre animada con algún gracejo: así como quienes leímos sus múltiples y siempre sustanciosos ensayos, hemos de reconocer que su contacto infundía respeto, se sentía uno penetrado de su recia personalidad. Siempre había algo que aprender en él; siempre de él se obtuvo enseñanza.
Poseía sin duda el elixir de la vida. Fue un hombre que supo vivir. Sin boato, sin ostentaciones, modestamente, pero con toda dignidad, su larga existencia la consagró por entero al servicio de la cultura. Su mente se mantuvo siempre joven. Nunca se detuvo en sus investigaciones. Anhelante buscaba en varias leguas lo nuevo, la verdad presente, la más cabal expresión del pensamiento contemporáneo.
Impresionaba la seriedad de sus páginas, la austeridad de sus figuras. Tal vez su única pasión fue la de lo nuevo. Extraño que el calor del trópico, con el ardor de sus gentes, tan propensas en todo a la exageración del colorido, produjera a un escritor de tanta precisión, de tamaña madurez, de tan hermosa sobriedad.
Es Sanín Cano una auténtica expresión colombiana. Vitalmente fuerte como su raza antioqueña, moralmente fuerte, firme como el que más es su credo democrático, prístinamente liberal. Perteneció a la generación radical: hombres buenos, intransigentes en la conducta, amplios en el pensamiento, honestos en todos sus actos y en todas sus ideas. Rindió su vida cuando en la patria amanece un día esplendoroso de libertad, en la que confió sin vacilaciones y por la que luchó con desvelo. Su recuerdo de hombre probo y de hombre siempre joven ha de ser imperecedero en nuestros corazones.
Adiós querido Maestro.

Palabras a nombre de los profesores universitarios, en el sepelio de Baldomero Sanín Cano, Cementerio Central, 13 de mayo de 1957. Fernando Hinestrosa Forero.

Murió el Maestro Fernando Hinestrosa


Adiós Rector Hinestrosa. Más de cuatro generaciones compartimos ahora el dolor de su partida. Sabio, recio de carácter, austero, solidario, y bueno. Son pocos los epítetos que caben para un hombre excepcional. Todo externadista, colombiano demócrata, liberal de pensamiento estará triste el día de hoy. Nuestra Universidad, su casa de siempre, esta da luto. No hay palabras para describir su ausencia. Sembró la semilla. Nos dejo sus enseñanzas y ejemplo. El barco no se detendrá su memoria nos alentará por siempre. Encontraremos la Luz después de la oscuridad “Post tenebras spero lucem”. Gracias Maestro.

Adiós Maestro


Algunos enlaces:

- Discurso para recibir el Honoris Causa por la Universidad de Paris II aquí.

- Entrevista de la W para felicitarlo por su Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Paris II. Uno de los momentos más felices para el Rector:


- Su llegada al Externado tras recibir dicha distinción:


- Su último discurso al recibir a los estudiantes de primer año de 2012


- Entrevista a la Doctora Emilssen González de Cancino sobre el Doctor Hinestrosa en la W aquí.